Todas las situaciones pueden desencadenar todo tipo de emociones. ¡Así es la vida! Es importante recordar que resolver la situación no cambiará nuestras emociones. Lo ideal suele ser empezar por abordarlas.
Aline debía llevar el pastel de cumpleaños a la fiesta de su sobrino, pero se olvidó por completo y llegó con las manos vacías. Su hermana Julie está furiosa; las tiendas están cerradas; es demasiado tarde para comprar un pastel. ¡Ah… la crisis! Julie está llena de ira y Aline, llena de vergüenza. Una situación clásica. A veces es una promesa rota, a veces es negligencia, a veces es una olla rota o un malentendido. Y cara a cara, hay una persona enojada y otra llena de vergüenza.
Para apaciguar la ira de la otra persona, la persona responsable intentará reparar su error, pero a menudo, incluso reparando el error, la ira no desaparece por completo. Además, al reparar el error, la vergüenza tampoco desaparece por completo. ¿Por qué? Porque las emociones son un asunto aparte que debe abordarse por separado. Y nadie más puede controlar nuestras propias emociones. “Cada corazón conoce su propia amargura, y ningún extraño participa de su alegría” (Proverbios 14:10 RVC). No podemos resolver el enojo de otra persona, e incluso con palabras amables de aliento, no podemos resolver su vergüenza. Cada persona tiene su propia lucha, y si queremos encontrar una solución viable al problema, es mejor abordar primero nuestras emociones.
Cuando la ofrenda de Caín fue rechazada, Dios le dijo que tuviera cuidado con su ira. “Entonces el Señor le dijo a Caín: ¿Por qué estás enojado? ¿Por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo bueno, ¿acaso no serás enaltecido? Pero, si no lo haces, el pecado está listo para dominarte. Sin embargo, su deseo lo llevará a ti, y tú lo dominarás” (Génesis 4:6-7 RVC). Dios no le pidió que resolviera la causa de su enojo, sino que lo dejara ir. Porque permanecer enojado puede llevar a otros problemas. En Efesios 4:26-27, no se dice que debamos resolver la causa de nuestro enojo, sino que no sigamos enfadados. “Enójense, pero no pequen; reconcíliense antes de que el sol se ponga, y no den lugar al diablo” (RVC).
Porque cuando dejamos ir el enojo, nuestra manera de ver a la persona responsable de la crisis cambia. En lugar de mirarla con ojos de enojo, la miramos con los ojos de Dios. Esto nos ayuda a perdonar y a encontrar una solución con serenidad. De igual manera, cuando dejamos ir la vergüenza de haber cometido un error, vemos la situación con menos dramatismo y podemos encontrar una solución más racional al problema.
Finalmente, cuando nos damos cuenta de que el enojo de la persona ofendida no es nuestro, dejamos de intentar resolverlo o excusarlo. Cuando reconocemos que es la persona avergonzada quien debe resolver sus emociones, le damos espacio para sanar. Podemos, por supuesto, ayudar a nuestros hermanos y hermanas a calmar su enojo, pero en última instancia, es nuestra responsabilidad cuidar de nuestra propia alma.
La solución al problema puede esperar hasta mañana; hoy comencemos por resolver nuestras emociones al respecto.