Al enfrentarnos a una situación difícil, a menudo nos preguntamos instintivamente por qué nos sucede. A veces encontramos la respuesta, pero también es posible que no la haya, y debemos aprender a cambiar la pregunta.
Vivimos en una generación con fácil acceso a una gran cantidad de información. Gracias a la inteligencia artificial, incluso podemos encontrar recetas con solo tomar una foto del interior de nuestro refrigerador. Tenemos una pregunta, sin importar el tema, y encontraremos una respuesta en internet (sea válida o no). Quizás por eso nos cuesta un poco lidiar con la falta de respuesta a la pregunta “¿Por qué?”.
Incluso en el mundo cristiano, siempre creemos encontrar una razón para nuestro sufrimiento. A veces, nuestros hermanos o hermanas en Cristo dicen que nuestra situación fue una voluntad de Dios para enseñarnos algo. A menudo usan Romanos 8:28 para consolarnos. “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito” (RVC). Otras veces, nos dirán que lo que nos sucede es culpa del diablo, o que quizás es nuestra: que no hemos orado, ayunado, dado, confesado lo suficiente, etc.
Esta búsqueda de una explicación no es nueva; incluso en el Nuevo Testamento, los religiosos afirmaban que las enfermedades eran consecuencia del pecado. “Sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, para que éste haya nacido ciego? ¿Él, o sus padres?» Jesús respondió: «No pecó él, ni tampoco sus padres. Más bien, fue para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:2-3 RVC). Así que, sí, a veces lo que nos sucede es en parte culpa nuestra, ¡pero no siempre!
Dios les dio a las plantas la capacidad de crecer, pero ¿por qué esta tomatera tiene tres ramas y esta cuatro? No siempre hay una respuesta. “Casualmente…” En la Biblia, se usa la palabra “casualidad” para describir circunstancias en las que no había nadie a cargo. “Rut salió y comenzó a recoger espigas en el campo, detrás de los segadores. Y dio la casualidad de que el campo donde estaba trabajando pertenecía a Booz, el pariente de Elimélec” (Rut 2:3 NVI). También vemos esta expresión en Lucas 10:31 (BLP): “Casualmente bajaba por aquel mismo camino un sacerdote que vio al herido, pero pasó de largo.” La traducción podría haber sido: “Un sacerdote pasaba por aquel mismo camino sin razón alguna…”. A veces no hay explicación, y por eso necesitamos fe.
Cuando persistimos en buscar la respuesta a nuestra pregunta de “por qué”, no logramos avanzar hacia el siguiente capítulo de nuestras vidas. A veces no hay respuesta a esta pregunta: “Simplemente sucedió así”, así que debemos pasar a la siguiente: “¿Y ahora qué hacemos con esto?”. Tal como lo hizo Jesús en Juan 9:2-3. En lugar de buscar la respuesta, Jesús se centró en cómo esta situación puede glorificar a Dios. En lugar de hacerse preguntas como: “¿Por qué me fue infiel mi esposo?”, “¿Por qué me dejó mi novia?”, “¿Por qué sigo soltero?”, quizás sea hora de preguntarse: “¿Qué debo hacer para conocer a alguien?”, “¿Y mientras tanto, qué debo hacer con mi soltería?”, “¿Cómo puede mi soltería glorificar al Señor?”.
Porque no siempre hay una explicación para nuestras pruebas, pero en todas las circunstancias, Dios puede glorificarse a sí mismo y darnos la victoria.