La vergüenza puede sentirse como un peso sofocante, que nos convence de que somos defectuosos, inútiles o que no tenemos redención. Pero la Biblia no sólo habla de la vergüenza, sino que también nos ofrece un camino hacia la curación.
Uno de mis recuerdos más vergonzosos de la infancia es de cuando, en la escuela primaria, mi maestra de francés preguntó a la clase: “¿De dónde vienen los hot dogs?”. Levanté la mano y, cuando me lo pidieron, respondí con convicción: “¡Salen de la ubre de una vaca!”. No sé si me lo inventé o si mi familia me metió esta falsa idea en la cabeza, como hacen las familias, por diversión, pero estaba convencido de que lo sabía. Mi profesor, cuyo nombre no revelaré, era conocido por ser bastante estricto y poco sociable. A menudo me sentía incompetente con él, pero eso también le pasaba a la mayoría de la gente en aquella época. Mi profesor de francés se burlaba de mí y me ridiculizaba delante de toda la clase. Con el permiso del profesor, la clase se unió a las risas y burlas. Estaba devastado. Me sentía inútil, y en retrospectiva, puedo decir que este suceso sembró una profunda sensación de inseguridad y rechazo en casi todas mis interacciones. Afortunadamente, Jesús ha borrado gran parte de esta profunda vergüenza de mi vida. Dios es tan bueno.
¿Qué es la vergüenza? Ed Welch, en su libro “Shame Interrupted”, describe la vergüenza como “el sentimiento profundo de ser inaceptable debido a algo que has hecho, algo que te han hecho o algo asociado contigo”. La vergüenza ataca nuestra identidad y nos convence de que no somos dignos de amor ni pertenencia.
Desde el comienzo mismo de las Escrituras, vemos la vergüenza entrando en la historia humana. Después de su pecado, Adán y Eva se escondieron de Dios y se cubrieron, avergonzados de su desnudez (Génesis 3:7-8). La hoja de higuera que utilizaron era lamentablemente inadecuada. ¿Cuánto tiempo duraría una manta así antes de marchitarse y morir? La vergüenza no fue parte del diseño original de Dios, sino que es el resultado del pecado, rompiendo nuestra relación con Dios y con los demás. Las hojas de higuera de Adán y Eva dan testimonio de nuestros débiles intentos, en vano, de ocultar nuestra propia vergüenza. La vergüenza deja una marca y debemos hacer algo al respecto, de lo contrario, puede aplastarnos.
Dios no nos deja en nuestra vergüenza. A través del Evangelio nos habla de esperanza, de sanación y de restauración. Veamos cómo aborda la vergüenza en su Palabra.
Dios cubre nuestra vergüenza En Génesis 3:21, después de que Adán y Eva pecaron, Dios les proporcionó vestimentas de piel para cubrir su desnudez. Este acto fue más que práctico; Simbolizaba la provisión de Dios para su vergüenza. Las pieles de animales utilizadas por Dios requerían un sacrificio, donde se debía derramar sangre. Esto nos anuncia un sacrificio futuro, por la sangre de Jesús, que cubriría nuestra vergüenza de una vez por todas. A lo largo de la Biblia, Dios promete cubrir a Su pueblo: “Yo me regocijaré grandemente en el Señor; mi alma se alegrará en mi Dios. Porque él me revistió de salvación; me rodeó con un manto de justicia; ¡me atavió como a un novio!, ¡me adornó con joyas, como a una novia” (Isaías 61:10 RVC). En Cristo esta cobertura alcanza su máximo cumplimiento. Su justicia cubre nuestro pecado y vergüenza, haciéndonos aceptables ante Dios.
Dios restaura nuestro honor La vergüenza a menudo nos dice que no somos dignos de ser amados o que no somos deseables, pero el evangelio declara que somos elegidos y amados por Dios. “Entonces las naciones verán tu justicia; todos los reyes contemplarán tu gloria. Entonces recibirás un nombre nuevo, que el Señor mismo te pondrá. En la mano del Señor serás una hermosa corona; en la mano de tu Dios serás una regia diadema” (Isaías 62:2-3 RVC).
Dios salva nuestras historias El Evangelio transforma la vergüenza en testimonio de gracia. Romanos 8:28 nos asegura que Dios hace que todas las cosas (incluso aquellas que nos avergüenzan) cooperen para bien de quienes lo aman. Pensemos en la mujer samaritana junto al pozo en Juan 4. La vergüenza por sus relaciones rotas la llevó a evitar a los demás, pero después de conocer a Jesús, se convirtió en una testigo valiente para su comunidad. Jesús no la condenó, sino que le ofreció agua viva, transformando su vergüenza en una historia de redención.
La cruz es la respuesta definitiva a nuestra vergüenza. Jesús llevó nuestros pecados y nuestra vergüenza, soportando el desprecio de la cruz (Hebreos 12:2) para que nosotros pudiéramos ser libres. Él nos invita a acercarnos a Él, no como personas perfectas, sino como somos: avergonzados, quebrantados y faltos de gracia. Deja que esta verdad penetre profundamente en tu corazón: en Cristo eres plenamente conocido, plenamente amado y plenamente restaurado. La vergüenza ya no tiene la última palabra.
© 2025 Biblical Living Center. Publicado originalmente en el sitio web de BLC en inglés como “Understanding Shame” por Brian Alton. Resumen, traducido y publicado con permiso.