A veces hacemos un gesto con buena intención, pero es mal recibido. Pensamos que estábamos siendo generosos y la otra persona se ofendió. ¿Qué hacer entonces? Y lo más importante, ¿podemos prevenir estas sorprendentes reacciones?
Nuestra generosidad a veces puede inspirarnos a hacer gestos amistosos hacia otras personas. Podemos, por ejemplo, tomar la decisión de dar una cantidad de dinero a una persona que parece estar necesitada. Entonces esperamos un gran agradecimiento, o al menos una linda sonrisa. Las lágrimas de alegría son siempre la mayor recompensa. Pero cuando el destinatario estalla de ira por nuestro regalo, inevitablemente nos sentimos confundidos y desorientados. ¿Cómo puede alguien reaccionar así?
Hay que recordar que no conocemos todos los detalles de la vida de la persona que tenemos delante. Puede que tengamos las mejores intenciones del mundo, pero si no nos tomamos el tiempo para conocer las necesidades de los demás, es posible que nuestra solución no se ajuste realmente a la necesidad. Por lo tanto, lo ideal es preguntar siempre a la persona qué es lo que quiere. Como hizo Jesús, con el ciego que se le acercó. Aunque parecía obvio que este hombre necesitaba sanación, Jesús se tomó el tiempo para preguntarle qué quería. “Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le respondió: Maestro, quiero recobrar la vista” (Marcos 10:51 RVC).
Este principio también debe aplicarse a las pequeñas atenciones que decidimos dar al objeto de nuestro afecto. Por ejemplo, si un hombre está interesado en una mujer, antes de regalarle flores, sería bueno consultar con la mujer qué flores le gustan. Tal vez las rosas la recuerden el ramo colocado en la tumba de su madre, y apreciaría más los lirios. Antes de darle chocolate, tal vez pregunte sutilmente si tiene alguna alergia alimentaria a quienes la conocen.
También hay que respetar los límites. Si una mujer rechaza los avances de un hombre, este debe dejar de enviarle dulces mensajes y pequeños obsequios. Él puede tener buenas intenciones, pero si ella no quiere más regalos, tiene que detenerse por completo. No siempre es la intención lo que cuenta. Para demostrar nuestro respeto, debemos considerar la percepción de la otra persona antes de actuar. Pablo no tuvo problema en comer carne dedicada a los ídolos. Pero por respeto a su hermano, optó por abstenerse de hacerlo delante de él (1 Corintios 8). Ser respetuoso a veces requiere que nos impongamos límites a nosotros mismos considerando la percepción de los demás.
Si nuestros gestos, nuestras palabras o nuestros regalos son mal recibidos, no debemos ofendernos. Seamos lo suficientemente humildes para pedir perdón explicando nuestra intención. “Quería hacerte feliz, pero debí tomarme el tiempo de decírtelo antes, es mi error, perdóname”. Si la otra persona sigue enojada, guardando rencor, distánciate. Has aprendido tu lección, serás más cuidadoso la próxima vez o con la próxima persona. Nuestras mejores intenciones a veces pueden ser malinterpretadas. Cualquiera puede cometer este error. Lo importante es aprender de nuestros errores y ser mejores.